Su alegre y particular repertorio de imágenes y símbolos, con sus gruesas líneas negras y colores vibrantes, resulta reconocible de inmediato: ¿quién no ha visto sus perros danzando, su bebé radiante o sus características figuras de palo? Hoy los personajes de Haring siguen vivos en todo el mundo, impresos en ropa, zapatillas de deporte, tazas, juguetes, carteles y multitud de objetos.
Tal vez hoy más que nunca, pues la carga social y política presente en el arte de Keith Haring resuena a la perfección con el zeitgeist y con movimientos de la difusión de Black Lives Matter o MeToo. De ahí la multitud de proyectos en el ámbito de la moda y de exposiciones y libros dedicados al artista. A estos últimos se ha sumado recientemente una biografía escrita por Simon Doonan, buen amigo de Haring y pionero en el ámbito de la moda británica. Hemos hablado con Doonan sobre sus recuerdos de los épicos años 80 en Nueva York, la época en la que floreció el arte de Keith Haring, y sobre la relevancia que sigue teniendo su figura hoy en día.
This installation is said to be Haring’s first large-scale public work, summer 1982.
Nacido en 1958 en Reading, un pueblo de Pensilvania, Keith Haring se mudó a Nueva York en 1978, con veinte años, para estudiar en la Escuela de Artes Visuales de la ciudad. Por aquel entonces, la escena artística underground se hallaba en plena efervescencia y el East Village, con sus alquileres baratos y su vecindario multicultural y sexualmente liberado, era un hervidero de nuevas ideas, en las que se aunaban arte, activismo, moda, hip-hop, grafitis y videojuegos.
El joven artista conectó con la electrizante energía de aquel momento: inspirado por la cultura alternativa y con la firme decisión de hacer el arte accesible a todo el mundo, Haring se sumergió de inmediato en la cultura del grafiti de la ciudad e hizo de la calle su marco de expresión. Desde las estaciones de metro hasta las paredes de los edificios de Manhattan o más allá, las emblemáticas y caricaturescas figuras de Haring pronto iban a volverse familiares para los amantes del arte y para los transeúntes en general. En esta época empezaría a frecuentar clubes nocturnos y espacios de creación artística, en los que conoció a Doonan y frecuentó a una nueva generación de jóvenes y rompedores artistas, como Jean-Michel Basquiat, Kenny Scharf o Futura 2000.
Simon Doonan: «Nueva York fue fundamental para Haring. Si eras gay, si eras creativo, curioso e inquieto, dejabas tu ciudad natal. No había alternativa. Ten en cuenta que por aquel entonces no había medios sociales, ni iPhone, ni internet. Tenías que salir de verdad. Y para él, la magia de salir de casa en una época en la que las redes sociales no existían radicaba en que, si te ibas, te ibas de verdad, tenías la oportunidad de reinventarte. Nadie escrutaba lo que hacías, no había tweets horribles que alguien pudiera recuperar y echarte en cara, ni nadie que te grabara si hacías algo completamente demencial. La libertad era absoluta, los únicos obstáculos eran los geográficos. Los gays, los artistas, las personas creativas y no convencionales, los inadaptados, todos nos aprovechamos de ello y nos subimos al Greyhound, el bus que te llevaba a cualquier lugar del país».
Nueva York era, en definitiva, el lugar perfecto para que el arte de Haring floreciera. Pero también la época, los años 80, fue el telón de fondo que contribuyó a su despegue como artista, activista y rebelde. En aquellos años todo confluyó como nunca antes lo había hecho.
«En los setenta, el arte se mantuvo alejado de la moda; se la consideraba algo efímero, algo que desvaloraba y tenía un efecto corrosivo sobre el arte. Pero entonces llegó la década de 1980, justo después de la eclosión del movimiento punk. El punk había liberado a todo el mundo, ya no había reglas: todo podía ser cualquier cosa. Artistas como Stephen Sprouse empezaron a pintar su ropa con grafitis. Cuando la gente habla mal de los 80, acusándolos de cursis y horteras, no está teniendo en cuenta la magia de aquella década. Hay que verla como una explosión postpunk: gente como Keith Haring se aprovechó de este nuevo mundo, en el que todas las ideas preconcebidas estaban saltando por los aires. Era el momento de reinventar el paisaje.»
En aquellos días, Haring se divertía tanto como pintaba. De día cogía el metro y embadurnaba con sus dibujitos de tiza toda superficie que encontrara, desde aceras hasta postes telefónicos; de noche, frecuentaba saunas gais, el famoso club de sexo sadomasoquista The Anvil o locales underground legendarios en el centro de la ciudad, como el Mudd Club y el Club 57. Ambos clubes se fundaron como reacción a la ostentosa discoteca Studio 54, famosa por sus máquinas de humo, sus cañones de confeti y por la clientela VIP que la frecuentaba. El Mudd Club y el Club 57 eran una antítesis del glamour en pleno centro de la ciudad, y se convirtieron en hogar de la contracultura y punto de reunión de artistas como Haring, Basquiat o Kenny Scharf, entre otros.
Estos nuevos creadores forjarían un mundo propio con el telón de fondo de una Nueva York en bancarrota, en la que la recesión hacía estragos y las galerías y la escena oficial resultaban prácticamente inaccesibles para los jóvenes artistas. Crearon sus propias galerías y clubes, desafiando el arte y las ideas expresadas en los museos del uptown y las galerías del SOHO. Keith Haring, convertido en uno de los líderes de esta vanguardia, tuvo la brillante idea de convertir una sala de la cuarta planta del Mudd Club en galería nocturna y aprovechó el Club 57 para organizar exposiciones de arte espontáneas, como la «Primera Exposición Anual de Arte Erótico y Pornográfico en Grupo», que se convirtió en un espacio en el que se alternaban el feminismo punk, el cabaret masculino, las actuaciones de drags y las performances. Kenny Scharf recuerda, años después: «En el Club 57 las drogas y la promiscuidad estaban a la orden del día: era como una gran orgía en familia. A veces miraba a mi alrededor y me decía: «¡Dios mío! ¡Me he acostado con todos los que están en esta sala!” Era el espíritu de la época, el sida no había llegado aún».
En esta época el nombre «Keith» estaba en boca de todos. Su fama crecía, pero el mundo del arte tradicional era escéptico; lo acusaban de hacer arte «light», porque el suyo era un arte público efímero, dibujaba en cualquier sitio y se lo daba a quien lo quisiera. A Haring eso no parecía molestarle. Rebelde de corazón, se oponía al elitista mundo de las bellas artes, al que consideraba una institución discriminatoria.
«Keith creía que el arte era ridículo. Le parecía que estaba atrapado en las galerías, que era elitista y a menudo oscuro; acusaba a los artistas de intentar resultar incomprensibles para que así su obra pareciera más esotérica. Él, en cambio, estaba empeñado en crear un arte para la gente. Sentía que el público en general no recibía el arte que merecía. Sí, sus ideas podían ser muy sofisticadas, pero en el fondo se comunicaba con la gente de forma directa. Su objetivo fue siempre hacer el arte accesible; le preocupaba más concienciar que hacer dinero con él.»
Al igual que su mentor, Andy Warhol, Haring era definitivamente «pop». Sin embargo, tenía una conciencia social mucho más fuerte y ética, y un espíritu más generoso que Warhol. Haring quería que la gente contemplara y se comprometiera con su arte: era muy desprendido, sensible e inclusivo. Gran parte de su obra era una especie de propaganda de la compasión.
«Creo que se convirtió en activista por su idealismo y altruismo. El suyo era un activismo sutil. Era sensible a las injusticias, pero no predicaba ni iba por ahí gritando. Keith era práctico. Se dio cuenta del poder que tenía el arte para hablar a la gente y hacerla consciente. Es interesante ver que todas las causas activistas a las que se dedicaba eran causas con las que estaba familiarizado. Tenía un asistente que se hizo adicto al crack, así que pensó: “¿Qué puedo hacer? No puedo tratar a la gente por su adicción al crack, pero puedo hacer un mural”. Y así nació el famoso mural “Crack Is Wack” (El crack es una mierda) en el centro de Manhattan. A Keith también le interesaba la diversidad, ya que su grupo de amigos era muy diverso; sus novios eran latinos o negros, lo que le hacía ser consciente de temas como el racismo. Y una vez más, pensó: “Ya sé qué puedo hacer: soy Keith Haring, puedo hacer mil carteles que digan ‘Free South Africa’", y así lo hizo, los firmó y los regaló a la gente durante una gran manifestación en Central Park. El sida le afectó muy directamente, ya que era gay y toda la comunidad gay se vio afectada por esta espantosa enfermedad. Sus carteles de “Sexo Seguro” aún se siguen utilizando. Son maravillosos, muy divertidos. En una ocasión, Yoko Ono comparó a Keith con Andy Warhol; dijo de este último que tomaba cosas sencillas y cotidianas, como las latas de sopa, y las hacía misteriosas y complejas, convirtiéndolas de pronto en algo importante. Si Warhol confería grandiosidad a los objetos cotidianos, observaba Yoko Ono, Haring hacía exactamente lo contrario: fijaba su atención en asuntos de la trascendencia del sida, la adicción a las drogas o el racismo y, de algún modo, lograba hacerlos soportables, algo que podías mirar de frente sin retroceder. Les daba un toque de humor. El humor está siempre presente en su activismo, lo hace más poderoso cuando lo combina con una increíble seriedad. Es algo realmente inteligente si lo piensas.»
En cuanto a combinación de humor y seriedad, se podría afirmar que Banksy sería el equivalente moderno de Haring. Con la salvedad de que Keith Haring no quería el anonimato; adoraba ser el centro de atención, quería que todo el mundo supiera quién era. Iba a clubes e inauguraciones, organizaba fiestas…
«En esa época, Keith se hizo muy amigo de Madonna. En gran medida, Madonna era el equivalente musical de Haring: le encantaba ser una estrella “pop art”, por así decirlo. Tenía canciones interesantes, en las que hablaba de la vida cotidiana —“Papa Don't Preach”, por ejemplo, trata sobre una chica soltera que se queda embarazada— y era popular porque hablaba directamente a la gente sobre la realidad, igual que hacía Haring. Los dos conversaban mucho sobre arte y sobre el respeto que ciertos círculos críticos les negaban. Haring quiso trabajar con todos los personajes de aquella época que consideraba interesantes. Hizo todos esos proyectos con Grace Jones, pintando su cuerpo, trabajando en sus vídeos… cosas increíbles. Jones era terriblemente original, era única. Su androginia, su naturaleza escultural… Es difícil pensar en alguien más impresionante en aquel mundo; Keith la apreciaba mucho.»
Mientras tanto, llegaron nuevos coleccionistas que inyectaron dinero en un mercado hasta entonces condenado. En el East Village brotaron un montón de nuevas galerías y el mundo del arte empezó a fijarse en Haring. Empezaron a abrirse los talonarios y la atención de los medios se disparó. A Haring aquello le encantó, pero la suya fue una victoria agridulce. La plaga del sida se hallaba en pleno apogeo, y azotó Nueva York con fuerza y rapidez. En 1987, a los veintinueve años, dio positivo en VIH; aquello fue para él un golpe devastador.
Sin embargo, Haring decidió enfrentarse a la enfermedad cara a cara y dar un impulso mayor que nunca a su trabajo. Sus obras se llenaron de representaciones de actos sexuales y dibujos de líneas fálicas, que utilizó para llamar la atención y concienciar sobre la enfermedad. Haring moriría en 1990, por complicaciones relacionadas con el sida; contaba treintaiún años y dejaba tras de sí un enorme legado. En 1989, decía con orgullo a su biógrafo: «Las obras que he creado permanecerán para siempre. Hay miles de personas, no sólo museos y conservadores, a las que el trabajo que he hecho les ha llegado, les ha servido de enseñanza e inspiración…, mi trabajo va a seguir vivo mucho después de que me haya ido».
«Tenía toda la razón. Los adolescentes de ahora descubren su obra y les parece totalmente actual. Cuando lo ven por primera vez sienten que les habla directamente. Dicen: “¿Cóoomo?, ¿que murió en 1990?”. Eso es porque su obra sigue siendo muy moderna y se inspira en el momento. Ahora tienes las redes sociales para mostrar tu obra, pero entonces el arte era muy libre. Si Keith siguiera vivo, apuesto a que estaría en Tik Tok. Es perfecto para Tik Tok: ya sabes, en veinte segundos te haría un cuadro. Si lo piensas, es muy triste que se haya perdido esto: habría cogido todos estos nuevos medios y los habría convertido en algo interesante, habría desafiado a la gente a encontrar nuevas formas de utilizarlos. Estaría en todas las redes sociales, completamente enganchado, y sería bueno en ellas.»
Aunque murió en 1990, en muchos sentidos Keith Haring sigue vivo. Vemos camisetas de Haring, calzado de Haring, sillas de Haring, sombreros, naipes, llaveros… su obra está en todas partes, es alegre y se reconoce al instante, a modo de grafitis o pequeños recordatorios que dijeran «Keith estuvo aquí». Además, desde su muerte, su fundación ha apoyado cientos de proyectos juveniles, comunitarios, artísticos, LGBT o de sexo seguro, y a organizaciones como Planned Parenthood, proyectos en parte financiados por los ingresos obtenidos de la venta de artículos de Haring.
«La clave de su obra y de su éxito es la empatía. No se puede ser tan comunicativo sin ser un tipo empático. Cuando Keith dibujaba símbolos en el metro, sabía lo que iba a atraer la atención de la gente: bebés, platillos volantes, hombres con agujeros en el estómago. Necesitas cierta empatía para eso. Keith fue una persona empática y por eso su arte sigue siendo tan duradero, tan querido y disfrutado.»